
Esta es una frase que es muy habitual en mi, y algo que siento desde niña. Recuerdo que siendo muy pequeña, sentía que yo tenía una conexión especial con “Dios”, que él escuchaba mis peticiones y que mi vida era muy agradable. Había ocasiones en que mi madre me pedía que le pidiera en mis oraciones al “tata Dios” algo que ella necesitaba, podía ser un nuevo trabajo, que le pagaran una deuda o que le resultara algún proyecto que tenía pensado. Ella me decía que Dios escuchaba más a los niños, y que había más probabilidades que se cumpliera lo que yo le pedía. Con eso se acentuaba mi sensación de cercanía con Dios, me sentía especial.
Tuve momentos especiales, como cuando extraviaba algo mío, si me saltaba el corazón, era porque ya lo había perdido y no lo encontraría, en cambio si no sentía eso, era porque el objeto iba a aparecer. Estaba convencida que era “Dios” comunicándome que no lo perdería. Siempre se cumplía esa condición, hasta que fui bastante grande, durante la enseñanza básica. Entonces fue cuando yo decía – Es que Dios me quiere mucho -, con la seguridad absoluta de que así era.
En la medida que fui creciendo, fui utilizando esta frase, porque luego comparaba inevitablemente mi vida, mis condiciones de vida, con la situación de mis compañeras de colegio, aunque mi familia no tenía mucho dinero, yo disfrutaba de una buena vida, no me faltaba alimento, ni cariño, ni cuidados. Tenía muchas compañeras en que su situación era mucho peor que la mía. Fui viendo que algunas de ellas, los únicos alimentos que comían eran los que les entregaban en el colegio, la leche a media mañana y luego el almuerzo. Teníamos jornada única en esos años, es decir, la entrada era a las 08:00 de la mañana y salíamos cerca de las 13:00 hrs. y muchas compañeras, tenían que pasar al comedor antes de irse a casa. Sería la única comida abundante que comerían en todo el día, luego en casa, en la tarde sería un té con un pan con margarina, y nada más hasta el día siguiente. Ni pensar en tener una colación enviada desde la casa, para comer en los recreos.
Siempre sentí que a mi no me pasaría nada malo, nada que me hiciera sufrir o alguna tragedia, como un accidente en la calle o en mi casa, porque “Dios me quiere mucho”, aunque los peligros estuvieran cerca mío, finalmente, siempre escaparía con bien y nada me sucedería, porque Dios nunca lo iba a permitir, él siempre estaría cuidándome de alguna forma para evitar cualquier daño mayor.
Si bien, nunca he sido parte o miembro de alguna religión en específico, siempre he tenido mucha fe en “Dios”. Con el tiempo mi figura de ese ser superior fue cambiando, en la medida que fui aprendiendo de metafísica. Hoy lo veo como las energías del universo, de las que yo formo parte como alma encarnada. Creo en las energías positivas y en las negativas, y en el poder que ejercen sobre nosotros como seres humanos. Creo en que debemos protegernos y alejarnos de las malas energías, para mantenernos a salvo.
Hoy puedo comparar mis condiciones de vida, con otras personas, y soy mucho más consciente de que soy una persona privilegiada y bendecida por Dios o por el universo, como le quieras llamar.
Cada vez que tengo una dificultad y que pareciera que no resultará bien, pienso y recuerdo mi sentimiento para con Dios y pareciera que todo se soluciona milagrosamente.
Por eso este libro tiene como título “Dios me quiere mucho” porque es una frase que me identifica y que mi hija ha terminado adoptando como suya también.